sábado, 26 de marzo de 2016

Bingo!

Nunca había entrado a un bingo. Me impresionó, me impresioné. Primera impresión: sentí que estaba en una película de ciencia ficción. En segundos pasé de un paisaje gris de zona estación de trenes a uno que estalla en colores y sonidos. Estalla y estalla continuamente. Es todo muy raro, toda la gente está conectada a una máquina de colores, tranquila, ida de si pero hacia dentro de la máquina. La sala está llena de tipos de seguridad que cuidan de ó a esta gente ¿?
Cada máquina tiene un cuerpo conectado, sospecho que esto debe ser una especie de terapia intensiva. Estas máquinas dan soporte de vida. Espero que no se corte la luz. Acá, como en los criaderos de gallinas, no es de día ni de noche. Siempre es buen momento para apostar aquí y para comer en el criadero aviar.
Recorro las salas, todas están llenas de gente conectadas a máquinas. Su actividad es apretar unos botones, para indicar que están vivos. Cada tanto alguno se distrae o se muere y suena una alarma. Estos eventos se festejan. Sigo recorriendo y veo más y más gente conectada a máquinas. La situación me angustia. Yo me siento cada vez peor, pero la gente conectada parece estar al menos estable. Estable puede ser mucho.
¿Quién  tiene razón? Yo me la doy de pensador, pero la angustia me achata el pecho. Esta gente tiki tiki el botoncito, pueden pasar días así… ¡Ma sí! me siento frente a una máquina. Saco toda la plata que tengo en el bolsillo y llamo a la piba que ayuda a los viejos conectados (debe ser enfermera): -Señorita, no sé como es, pero por favor cárgeme todo esto en esa máquina. Me apoltrono y empiezo a apretar botonitos, decidido a darme máquina hasta que viva, hasta que ame o hasta que muera.

Enrique Spinelli, 2016.

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