lunes, 4 de febrero de 2013

Plaza Tito García

Tito García no sabía que hacer con su vida, y por eso hacía nada. Su infancia fue fácil. Tenía que ir a la escuela y allí iba. Su adolescencia también pasó bastante bien. Tenía que ir a la escuela a la mañana y algunos días a educación física por la tarde. Eso era todo, y eso hacía. La vida se le complicó cuando terminó la escuela: debía decidir si trabajar o estudiar. Esto era demasiada decisión para él; entonces no decidió, o decidió no decidir: decidió esperar. Esperaba y esperaba que algo ocurriera, que alguien lo obligara a hacer algo; pero nada, nadie le hacía nada. Nada, ni un acto perverso que generosamente lo perturbara un poco.

Una tarde de un abril, Tito esperaba tranquilo en una plaza, sin desesperar, con la esperanza lábil de quienes esperan nada, cuando de pronto se encontró en medio de una manifestación: una multitudinaria marcha por los derechos de los daltónicos. Las demandas eran razonables y apuntaban a conseguir un trato justo e igualitario. Pedían que la televisión vuelva a ser en blanco y negro para tod@s; cambiar las luces de los semáforos por letras “¡pará che!”, “¡guarda!” y “dale nomás”, que se incluya en cada tomate una barra indicadora de su nivel de maduración, y que se prohíba el pelo color zanahoria y pelirrojo en las mujeres de más de 50; también el spray y el uso de paraguas.

La manifestación se desarrollaba normalmente, pero de pronto comienza una violenta represión, palos, golpes, empujones, gente arrastrada de los pelos que se resiste a subir al móvil policial. En ese revuelo, una bala perdida y Tito queda tirado en el piso bañado en sangre. Los manifestantes creen que son manchas  de pasto por los arrastrones y lo dejan ahí, hasta que un infiltrado advierte que se estaba desangrando y llama una ambulancia. Cuando llega, Tito ya está muerto, envuelto en pancartas verdes, rojas y grises.

La policía revisa su teléfono celular y encuentra que tenía sólo 3 contactos: Mamá, Papá y Edelap. Su mamá no contesta, tampoco su papá; habían fallecido  2 años atrás en un accidente. Edelap, notablemente acongojado, contesta: “Al día de la fecha no registra deuda por consumos ni servicios”.

Su cuerpo es velado 5 días en el salón rojo punzó de la Asociación Daltónica Argentina. En los diversos actos realizados en su memoria, muchos amigos  cuentan que extrovertido que era, otros aseguran que era muy introvertido y que era un excelente deportista, aunque no practicaba deportes. Tod@s destacaron su gran sensibilidad social, su preocupación por las minorías y los oprimidos, y el levante que tenía con las mujeres. En fin, un pibe con un gran porvenir por delante. Su muerte fue una gran pérdida para la sociedad.

Tito es instituido como un mártir. Le ponen su nombre a la plaza Sargento García donde murió; se levantan capillitas en todas las plazas redondas del país, donde aseguran produce milagros y te ayuda a salir de la plaza en la derivación correcta y deseada. Es habitual ver a los automovilistas que no pueden salir del círculo, dejar como ofrenda tomates y alfajores “capitán del espacio”. Los peatones que no pueden cruzar y quedan allí atrapados, venden en las capillitas muñequitos, estampitas y el chupetín milagroso frutilla-menta de Tito García.

Las virtudes y los poderes de Tito se incrementan día a día. Pueden encontrarse capillitas en todo Latinoamérica, y también pastores especialistas en su fe.

Tito no sabía que hacer con su vida. Supieron que hacer con su muerte.

Enrike 2013.