viernes, 3 de diciembre de 2010

Romualdo Diaz

uno
Romualdo Diaz es sólo un hombre solo. Solo de amigos, solo de familia; muchas veces solo de si mismo. Romualdo a veces se escapa de Romualdo y la nada remanente corre tras él entablando épicas carreras. Corren carros, carreteras, carrozas, carozos, caricias. Todo para distraerse, no alcanzarse y evitar así la mutua aniquilación. Nada más vulnerable que la nada: cualquier cosa la vuelve algo y la destruye. Nada más vulnerable que Romualdo sin nada. De vez en cuando pactan una tregua y se sientan en dos sillas, mesa de por medio. Romualdo fija su mirada en la nada y la nada, su única compañía, nada. Él sólo espera que ya sea tarde.

Está claro que es distinto, poco común, no-normal; lo cual no es bueno para él ni para los otros; aunque a éstos, poco les importa. Una estrategia de los distintos es buscar virtud en la rareza, pero no tiene sentido. ¿La vaca de dos cabezas fue feliz? ¿Ser solitario? ¿Tener el pelo verde? ¿Comer carne cruda?

Algunos dicen que su poesía es triste, que el mundo no quiere de esto; que todos quieren alegría, jajaja, cosas cómicas, llevaderas. Romulado dice que para que exista la alegría debe existir la tristeza, que para exista el amor debe existir el desamor, la desilusión; que para entender la amistad debe existir la traición. No podemos valorar al poeta Alcoyana si no conocimos a Romualdo; no entenderemos a este último sin el primero.

Por alguna razón, él quedó a cargo del lado oscuro para que exista el brillante. Digamos que Romualdo se encarga del trabajo sucio del mundo feliz.

Pensaba mucho en el suicidio pero no en suicidarse. Lo utilizaba para calmarse cuando la angustia lo arrinconaba. Ahí, por un instante lo planeaba; y cómo estaba convencido de que tras su muerte no había más que nada, decidía continuar. Nada peor podría suceder y valía la pena seguir, aunque sea por curiosidad, para ver que hay al otro día, al otro y tras el otro. No sufría. Sólo era triste; como otros son altos, morochos, rubios o simpáticos.

Vivía de la poesía y subsistía de los derechos de su canción “Mi triste soledad”. No pasaba necesidades, sí un poco de hambre y frío.


dos
Romualdo es un ser aislado pero busca el amor. Soledad, la mujer de sus sueños, también es una persona aislada. Ambos están, existen, seguramente se buscan, pero deambulan aislados por el universo sin pistas uno del otro. Son dos burbujas únicas en la atmósfera, dos botones únicos en un shopping.

Soledad existe, pero Romulado está solo en su altillo de la calle 7 y ella sola en su cuarto de Villa Ballester. La empresa del encuentro es apenas imposible. Romualdo lo intuye y se relame.


tres
Romualdo buscaba a su manera. Salía por las noches y cuando nadie lo veía pegaba carteles que decían: “Te busco”. Cuando viajaba, llevaba algunos de estos carteles y salía por las noches a pegarlos. Por mucho tiempo no tuvo ninguna respuesta; pero un día encontró un cartel que decía “Te busqué”. Tal vez fue obra de un gracioso, pero esto lo motivó y comenzó a aventurarse más lejos para colgar sus carteles.

Caminaba de noche y cuando no veía a nadie en la cuadra, ni en la siguiente, ni en la previa; pegaba su pequeño cartel. Estaba pegando uno de estos cartelitos cuando observo que a un par de cuadras alguien se acercaba. Huyó, pero debía volver: no había llegado a alinear perfectamente el papelito con el marco de la vidriera elegida. Cuando vio que todo estaba despejado, regresó y encontró su papelito medio torcido y al lado uno perfectamente alineado que decía “Te busco”. La sangre le recorrió el cuerpo miles de veces en un segundo; el corazón le abarcó de las sienes a los pies. Atesoró ambos papeles y recorrió la ciudad, calles pares, impares, diagonales y encontró nadie.

Desde ese día, Romualdo visitó el lugar todas las noches. Soledad también. Claro que ambos huían apenas veían a alguien acercarse. Un día él se distrajo y se quedó dormido en la vidriera. Soledad no lo vio y se acercó al lugar. De repente se encontraron y -por supuesto-  huyeron por las desoladas calles en direcciones opuestas. Quedó bien claro para ellos que eran ellos.

Esa noche comenzó a llover, a llover, a llover formando una densa cortina. En las calles de la ciudad solo quedaron dos amantes de la lluvia que la recorrían en todas las direcciones. La lluvia también los amaba y los reunió en la esquina de 20 y 11, en 14 y 17, Avenida del Valle y 8, 9 y 22, Kelly y 31. Se miraban, se intuían tras la lluvia, y continuaban huyendo. Así sucedió en cada esquina hasta que continuó lloviendo en una única esquina del pueblo, donde lluvia, Romulado y Soledad se abrazaron. Este abrazo engendró un mundo que sólo ellos habitarían.


cuatro
En un segundo se conocieron por completo. Ella era exactamente la imagen de Soledad que Romualdo había construido. Romualdo era exactamente el Romualdo de Soledad.

Para los otros eran un par de extraños e incomprensibles personajes. Ellos sabían exactamente que pensaba el otro instante a instante: cuando huir, cuando esconderse, cuando leer, cuando ver la luna, cuando películas, cuando besarse, cuando todo. Frecuentaban lugares donde no hubiera nadie o -algo parecido- donde hubiera muchísima gente.

Los buenos tienen amigos. Los malos tienen amigos. Ellos no tenían amigos, conocidos ni familiares; Romualdo sólo tenía a Soledad y Soledad a Romualdo. Compusieron un pequeño infinito donde jugaban al amor días con sus tardes y noches con sus mañanas. Fueron felices, aun produciendo la tristeza que el mundo les demandaba.


cinco
Vivían en un mundo aislado donde no se necesita la verdad, la mentira ni las comparaciones.

En algún momento Soledad comenzó a espiar el exterior, a huir más despacio, a usar paraguas, a esconderse a medias y hasta llegó a hablar con alguien. Fue todo muy paulatino hasta que un día llegó a reírse ¡a carcajadas!

Romualdo, perplejo, aterrorizado, desolado y atónito, la observó alejarse y quedó solo; produciendo oscura tristeza para que la felicidad ajena resalte en su fondo negro. Ella se mezcló con el universo y posiblemente fue feliz. A él le quedaron dos opciones: convertirse en una marginal persona de ese mundo o esperar otra Soledad para otro mundo. El tipo apostó fuerte.


Enrike, 1990.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Futbol con Alas

Fútbol con Alas

Los muchachos del “Club Social y Colombófilo Alas Balcarceñas” no concurren al fútbol de la liga local, pero si a los partidos de “baby fútbol”. Allí colaboran con Marmorato, el entrenador de las divisiones infantiles, en la preparación de los choripanes y en la organización de los pibes.

Era un partido como muchos otros, pero de repente ocurrió algo increíble y desagradable: unos adultos del Boca Juniors que miraban el partido ¡insultan a un niño!  En un instante, con la velocidad de un acto reflejo -donde no interviene la razón- los muchachos estaban sobre estos tipos con varios puños en sus manos. De alguna manera, también increíble, los 14 policías de Balcarce intervinieron en ese mismo instante, evitando la catástrofe. El mismísimo comisario congeló en el aire la letal alpargata de Soguita. Las acciones se circunscribieron entonces a lo verbal, donde el poeta Alcoyana se lució con frases como: “el espejo del otoño hoy te devuelve agrio y anciano”, “el niño que no fuiste, era el que todos esperaban”, “la concha de tu hermana” y “¡cagón culiado a máquina!”

Para frenar el conflicto, el jefe de la fuerza policial propuso dirimir las diferencias en un partido entre los grupos enfrentados. Estableció fecha para el domingo siguiente, como una atracción previa a los encuentros de fútbol infantil. El encuentro se jugaría en la misma canchita de baby, 5 contra 5. Por supuesto que la delegación del Alas Balcarceñas aceptó sin titubear. Apenas titubeó algún que otro insulto adicional.

Los del Boca eran todos jugadores del campeonato de “papi futbol” y entrenaban dos veces por semana en su propio campo con arcos de caño y red. Los muchachos del Alas estaban mucho más que retirados, pero no arrugaron. Arrugar es un verbo que no saben conjugar en primera persona.

En cuanto se enfriaron un poco, el Negro Marmorato, gran estratega y teórico del futbol, comenzó a diagramar el equipo y las acciones a seguir. El Negro no disponía de un gran material, pero si conocía hasta el alma de sus amigos. Así, haciendo virtud de las limitaciones, preparó un esquema que no apuntaba a obtener lo mejor de cada uno, sino lo mejor de todos juntos.

El equipo del Alas Balcarceñas era un cúmulo de entrañables personajes: Soguita, Marmorato, el Dr. Ulises Garsú, Alcoyana y el Mirlo; cada uno con sus particularidades pero componiendo una monolítica unidad.

Soguita es una demostración del principio de conservación de la energía. Su vitalidad no es para nada desmesurada; normalmente gasta menos energía que una lombriz, pero en situaciones límites puede mostrar inusitado vigor. Sin duda, ésta era una situación límite y el entrenador descontaba que el quinielero expondría todo su potencial. El pensamiento de Soguita es bastante lineal, así que Marmorato lo ubicó como carrilero por izquierda con muy precisas instrucciones.

Alcoyana, portador de una fabulosa habilidad, pero con un estado físico nulo, horadado por salamines y vino, fue destinado al medio campo, con la función de crear y distribuir excelso juego.

Marmorato, como “2” aportaría su juego rústico para imponer firmeza en la línea de fondo, formando con Soguita una “L” infranqueable.

En el arco, el Dr Garsú era una garantía. Desde niño, el farmacéutico siempre había jugado de arquero. Ahora tenía algunos problemas en una rodilla, pero esto no le impedía desempeñarse con soltura en este puesto.

La gran genialidad de Marmorato para este equipo fue la figura que compuso para El Mirlo, quien tenía un estado físico excepcional. En base a este jugador, Marmorato creó un nuevo esquema de juego donde el Mirlo oficiaba de “carrilero elíptico”: una función nunca antes vista en el fútbol planetario. Soguita, como “carrilero lineal” circularía por la izquierda, pero el Negro sabía que los demás jugadores (él incluido) estarían prácticamente clavados en la cancha. La función del Mirlo era trasladar la pelota -y jugadores, si fuera necesario- por toda la cancha, conectar a Soguita con el resto del equipo, llevar y traer desde cualquier punto a cualquier otro.

El equipo y el esquema estaban, pero restaba preparar jugadas y verificar el funcionamiento del equipo. Para esto utilizaron el metegol del club, al cual le sacaron los 5 del medio. Garsú personificado en el arquero petiso; los dos de atrás eran Marmorato y Soguita; los tres de adelante, de nuevo Soguita, Alcoyana y una de las posiciones del Mirlo. Otro Mirlo, realizado en miga de pan, fue necesario para recrear su función de “carrilero elíptico”: un puesto que se apartaba de los esquemas establecidos y que no existía al momento de la génesis del metegol.

Fue una semana muy dura a triple turno. Relajación a la mañana, práctica en el potrero por la tarde, ensayo de jugadas en el metegol a la tardecita. Por esos días los colombófilos fueron los héroes del barrio. Sin siquiera insinuar, recibían a diario carne, vino y pastelitos que los mantuvieron en asadito todas las noches. Los días de entrenamiento y planificación pasaron; y muy rápido el equipo se encontró con el domingo que los posó en el círculo central.

El capitán del Alas ganó el sorteo y eligió el arco con el sol atrás. Los primeros minutos, mientras los equipos se estudiaban, fueron aburridos, hasta amables. Luego el DT colombófilo comienza a utilizar al Turco Alcoyana, que con su habilidad intacta, gambeteaba rivales en una baldosa y era imposible quitarle el balón. El inconveniente era que, limitado por su estado físico, siempre gambeteaba en la misma baldosa. Marmorato rápidamente advirtió que a su equipo le faltaba desplazamiento y encomendó al Mirlo para que además de trasladar el balón, trasladara también al Turco. Así, el Mirlo desplazaba a Alcoyana mientras la zurda endemoniada de éste iba burlando rivales. Los Boca quedaban tirados como miguitas de Hansel y Gretel, describiendo sinuosos filetes que conducían a su propio arco. Así le hicieron 3 al hilo, pero los de Boca comenzaron a llorar, a protestar que la técnica era ilegal, que los jugadores debían constituirse como individuos y una larga serie de débiles argumentos que abrumaron al árbitro; quien finalmente exigió que Alcoyana debía desplazarse por sus propios medios.

Los de Boca eran algo torpes pero no estúpidos, dos de ellos eran profesionales: el abogado Mendéz y el arquitecto Echagüe. Sabían que a los muchachos como individuos, los pasaban por encima. Con la anuencia del réferi apuntaban a convertir el equipo de Marmorato en 5 individuos; pero esto era imposible, porque los muchachos son un mismo organismo.

Por un tiempo los del Alas quedaron algo perdidos. Soguita seguía muy firme, pero los Boca encontraron que por la derecha podían llegar. Garsú estaba hecho un demonio y sacó unas 37 pelotas de gol, pero finalmente llegó el 3 a 3 y seguían acosando la valla del farmacéutico. Esto duró hasta que el férreo 2 del Alas empezó a ajustar, digamos mejor ajusticiar, en la puerta del área.

El partido estaba estancado. Mendéz insiste una vez más por la derecha; el Mirlo se pasa de largo, llega el Negro que cruza al abogado y lo deja colgado del travesaño como salamín secándose en la caña. El árbitro le perdonó la vida eterna a Marmorato y apenas le sacó la roja, cuando toda la hinchada boquense, especialmente Maria Cristina Barceló de Mendéz, pedía a gritos su excomunión. 

El Alas queda con 4. A Marmorato lo mandan al vestuario, pero como vestuarios no hay, lo echan del predio y continúa dando indicaciones a los gritos del otro lado del alambrado. La situación era muy complicada; estaban con uno menos, empatados y faltaban 7 minutos. El entrenador piensa, piensa y piensa. Los muchachos no saben que carajo hacer, así que se la dan a Alcoyana que se pone a hacer jueguitos para deleite de la tribuna que aplaude a rabiar y furia de los rivales que no le pueden sacar el balón. De pronto ocurre lo impensado, lo imprevisto, la sorpresa que hace la vida vivible. Soguita, que durante todo el partido fue haciendo una zanja pegadita a la cal del lateral; porque si, o vaya a saber por qué, abandona su línea y describe una curva celestial; pasa por detrás de Alcoyana y sigue hacia el arco rival donde recibe una parábola, una metáfora del Turco, que conecta abajo con un impecable frentazo y marca el triunfo del Alas. No grita el gol y vuelve en silencio a su línea lateral izquierda para seguir allí siendo Soguita. Sus amigos lo alcanzan y se unen todos en un abrazo, cada vez más fuerte y más pequeño, cuando  escuchan muy lejos el pitido que marca el fin del partido. 

Ese gol, de un modesto partido desafío 5 contra 5, fue durante años el gol más comentado en Balcarce. Los abogados y los vendedores de autos dicen que la pelota pegó en la línea y entró levantando un poco de cal. Los otros dicen que vieron clarito en la misma línea cómo la pelota se transmutó en paloma; una paloma del “Alas Balcarceñas”.


Enrike, 2010.