miércoles, 11 de diciembre de 2013

Pañuelito reparador

En el Bar Savoy, Balcarce, provincia de Buenos Aires, Argentina, existía una mesa donde, por algún extraño conjuro, todas las parejas se sentaban para separarse. De cada ruptura, de cada pareja, poca cosa quedaba: dos tacitas de café tibio y lágrimas. Lágrimas de hombre, lágrimas de mujer, lágrimas de hombre y de mujer.

Chuleta, el mozo, levantaba las tazas, limpiaba la mesa, pero le daba cosa pasar su mugroso trapo rejilla por las lágrimas, y las secaba con su pañuelo de saco. Así, este pañuelo acumuló muchísimas lágrimas de ruptura que le confirieron un inmenso poder: podía reparar cualquier cosa rota que tocara. 

Muy pocos sabían de la existencia de este pañuelo. Un día, el Turco Alcoyana me avisa que Chuleta quería hablar conmigo. Nos encontramos en la vereda del Savoy. Chuleta me lleva al frente de la Casa Boo y me cuenta:

-Bueno pibe, el Turco ya te habrá hablado de este pañuelo reparador. Te cuento rápido la historia. Me di cuenta de su poder cuando advertí que si ponía los billetes de propina en el bolsillo del pañuelo, cuando los sacaba al terminar la noche estaban impecables, siendo que, como todos sabemos, la gente deja de propina el billete más maltrecho [1] que tiene. En un principio me pareció divertido, no tenía idea de la dimensión del poder del pañuelo y lo usaba para boludeces; para arreglar las asas rotas de las tacitas de café, para reparar los vasos rajados y cosas así. Un día le reparé una rajadura en la tapa de cilindros del Valiant a Marmorato y me empecé a asustar.

-Pero eso es fantástico!

-Si, sin duda es fantástico, pero eso no siempre es positivo. Me entusiasmé, usé el pañuelo desmesuradamente; comprobé que podía reparar cualquier cosa, material o no, y me di cuenta que eso no era bueno: no tenía miedo de romper nada, porque podía reparar cualquier cagada que hiciera. Y sabés una cosa pibe, es muy difícil vivir sin miedo. El miedo te moviliza. Sin miedo todo se vuelve gris clarito, casi blanco. No podés ser guapo ni cagón. La vida se te vuelve una sucesión de continuos y ahí estoy yo inmerso con mi esposa. Sin miedo a perderla voy dejando de amarla. No la celo, porque no temo perderla; tampoco la extraño, porque extrañar también exige miedo. Quiero amarla o dejarla, pero no puedo lograr ninguna de las dos cosas. Cada vez que intento rajarme de casa, al verla llorar agarro el pañuelo y todo vuelve a comenzar. Así, este fantástico pañuelo de mierda me fue encerrando y es mi condena. Lo lavé con agua, lavandina, aguarrás y nada ¡Su poder permanece intacto pibe! Intenté romperlo, quemarlo, pero no hay caso, se repara solo y aquí está, siempre listo para seguir reparando todo, aún aquello que no hay que arreglar!

El mozo balcarceño se queda callado un instante y termina: -Te conté todo esto porque no quería engañarte y quería que supieras la verdad de este pañuelo. Te cité porque Alcoyana me contó que sos mago y creo que te vendría bien para tus presentaciones. Si lo querés, es tuyo. Te lo voy a agradecer toda mi vida.

Me dio miedo y no supe que hacer. Le dije –Gracias Chuleta, lo voy a pensar. Le di un abrazo y me fui caminando y pensando para casa. Saco las llaves del bolsillo de la campera y cuando voy a abrir la puerta veo que mi viejo y cachado llavero ¡estaba impecable! Reviso en el bolsillo… y encuentro el pañuelo! 

Así fue como Chuleta me endosó este pañuelo de mierda. A veces lo odio, pero a veces hasta le estoy agradecido. Muchas veces intenté borrar todo rastro de este cuento, pero otras tantas lo recuperé con el pañuelo, porque me dio miedo de no escribir nunca más otra cosa. Ese miedo me tranquilizó. Algo había cambiado.

Enrike 2013.

Nota: Este cuento es un desprendimiento de un guión de un juego de magia que ya representaremos en Letra y Música cuando SyZed termine el tema: “Dame miedo, mi pañuelito reparador”

[1] Es el billete que queda en el exterior del grupo de billetes;después de ordenarlos por valor, cabeza con cabeza y los más rotos afuera. Esto hace un amigo mío, que también esconde el cambio para no se lo vea el kioskero!!!

lunes, 4 de febrero de 2013

Plaza Tito García

Tito García no sabía que hacer con su vida, y por eso hacía nada. Su infancia fue fácil. Tenía que ir a la escuela y allí iba. Su adolescencia también pasó bastante bien. Tenía que ir a la escuela a la mañana y algunos días a educación física por la tarde. Eso era todo, y eso hacía. La vida se le complicó cuando terminó la escuela: debía decidir si trabajar o estudiar. Esto era demasiada decisión para él; entonces no decidió, o decidió no decidir: decidió esperar. Esperaba y esperaba que algo ocurriera, que alguien lo obligara a hacer algo; pero nada, nadie le hacía nada. Nada, ni un acto perverso que generosamente lo perturbara un poco.

Una tarde de un abril, Tito esperaba tranquilo en una plaza, sin desesperar, con la esperanza lábil de quienes esperan nada, cuando de pronto se encontró en medio de una manifestación: una multitudinaria marcha por los derechos de los daltónicos. Las demandas eran razonables y apuntaban a conseguir un trato justo e igualitario. Pedían que la televisión vuelva a ser en blanco y negro para tod@s; cambiar las luces de los semáforos por letras “¡pará che!”, “¡guarda!” y “dale nomás”, que se incluya en cada tomate una barra indicadora de su nivel de maduración, y que se prohíba el pelo color zanahoria y pelirrojo en las mujeres de más de 50; también el spray y el uso de paraguas.

La manifestación se desarrollaba normalmente, pero de pronto comienza una violenta represión, palos, golpes, empujones, gente arrastrada de los pelos que se resiste a subir al móvil policial. En ese revuelo, una bala perdida y Tito queda tirado en el piso bañado en sangre. Los manifestantes creen que son manchas  de pasto por los arrastrones y lo dejan ahí, hasta que un infiltrado advierte que se estaba desangrando y llama una ambulancia. Cuando llega, Tito ya está muerto, envuelto en pancartas verdes, rojas y grises.

La policía revisa su teléfono celular y encuentra que tenía sólo 3 contactos: Mamá, Papá y Edelap. Su mamá no contesta, tampoco su papá; habían fallecido  2 años atrás en un accidente. Edelap, notablemente acongojado, contesta: “Al día de la fecha no registra deuda por consumos ni servicios”.

Su cuerpo es velado 5 días en el salón rojo punzó de la Asociación Daltónica Argentina. En los diversos actos realizados en su memoria, muchos amigos  cuentan que extrovertido que era, otros aseguran que era muy introvertido y que era un excelente deportista, aunque no practicaba deportes. Tod@s destacaron su gran sensibilidad social, su preocupación por las minorías y los oprimidos, y el levante que tenía con las mujeres. En fin, un pibe con un gran porvenir por delante. Su muerte fue una gran pérdida para la sociedad.

Tito es instituido como un mártir. Le ponen su nombre a la plaza Sargento García donde murió; se levantan capillitas en todas las plazas redondas del país, donde aseguran produce milagros y te ayuda a salir de la plaza en la derivación correcta y deseada. Es habitual ver a los automovilistas que no pueden salir del círculo, dejar como ofrenda tomates y alfajores “capitán del espacio”. Los peatones que no pueden cruzar y quedan allí atrapados, venden en las capillitas muñequitos, estampitas y el chupetín milagroso frutilla-menta de Tito García.

Las virtudes y los poderes de Tito se incrementan día a día. Pueden encontrarse capillitas en todo Latinoamérica, y también pastores especialistas en su fe.

Tito no sabía que hacer con su vida. Supieron que hacer con su muerte.

Enrike 2013.

viernes, 25 de enero de 2013

Saltimbaya fornicadora

Ulises Garsú, ya de niño, pintaba para científico. Garsú es un tipo curioso, curioso de caso curioso y curioso de tener curiosidad. Exploraba cuanta cosa le parecía curiosa y todo le parecía curioso. Qué curioso, ¿no? En esta búsqueda descubrió una nueva especie balcarceña: la saltimbaya fornicadora, también conocida como garsusius fuckingbugsis. 

El niño Ulises, dando vuelta macetas para sorprender caracoles babosas, bichos bolitas y otras alimañas amigas de la humedad, descubrió un animalito parecido al bicho bolita, pero con menos patas, parecido a la lombriz pero con más patas y con algo de caracol pero con menos vueltas. Digamos que se parece a tantos, que no se parece a nadie, como los bebés recién nacidos. Tal como ocurre en este último caso, es vital encontrar algún parecido; digamos entonces que es igualito a una salamandra chiquita un poco alombrizada.

La característica distintiva de este animalito es que está todo el tiempo fornicando, aun mientras duerme, lo cual lo vuelve muy interesante para niños observadores en edad de observar. La saltimbaya fornicadora fornica de a pares, aunque no es raro encontrarlas haciéndolo en grupos reducidos, de no más de 15 o 20. 

El científico balcarceño descubrió, ya de grande, que este comportamiento se debe a que cada saltimbaya no es completa y no puede sobrevivir sola. En el contacto íntimo, una saltimbaya obtiene de la otra las substancias necesarias para la vida, que su cuerpo no produce. No todas las saltimbayas son iguales, cada una produce distintas substancias y por eso suelen fornicar entre varias para obtener todo lo necesario. En este caso, se forman esos arreglos grupales que un ojo superficial puede interpretar como simples orgías. También existen casos donde un espécimen de saltimbaya se complementa perfectamente con otra y se mantienen fornicando entre si. 

Ulises especuló que con semejante actividad sexual, la reproducción de estos animales debería ser descomunal, pero observó que presentan una muy baja tasa de natalidad. El apareamiento no se produce en el acto sexual sino -por el contrario- cuando dejan de fornicar y se miran a los ojos. Curioso, ¿no?

Enrike, 2013